Contención
“I’m not strong enough to stay away, what can I do?”
Me había propuesto regresar a la normalidad, a como era antes de que los imanes se acercaran más de la cuenta. Se trataba de un ejercicio de templanza que me había autoimpuesto, al menos hasta que el efecto magnético se disipara, lo que resultaba improbable considerando que los imanes seguían trabajando juntos. Realmente lo estaba logrando, tanto que lo nuevo normal resultó muy diferente a lo normal que Lucrecia tenía en mente, y me lo hizo saber con un reclamo directo:
—¿Por qué ya no me quieres hablar?
—Pero si nos hablamos, todos los días.
—No te hagas el chistoso, sabes a qué me refiero.
Guardé silencio y otras cosas más, para poder mantenerme en posición.
—Aún tenemos pendientes algunas películas ¿crees que lo he olvidado?
—Es cierto —contestẹ́ con seriedad, tratando de recordar si aquello había sido una promesa o solo una buena intención.
—Raya también te extraña. Los paseos ahora son cortos y aburridos.
Yo solo movía la cabeza con una sonrisa de incredulidad ¿De que se trataba esto? Porque si era un intento cínico de manipulación, estaba funcionando.
—Bueno, te contaba porque hoy se va a estrenar la película que quería ver, y creo que si nos apuramos saliendo del trabajo podríamos alcanzar a verla ¿Qué dices?
“No gracias” era la respuesta correcta. “Lo siento, no puedo” hubiese sido aceptable también, pero mi incapacidad de mentir causaba el efecto de doble negación que desarmaba estos argumentos. No podía decirle que no podía, porque si podía y si quería. Su mirada juguetona sirvió solo para demostrar que todo esto era ya innecesario porque no estábamos engañando a nadie.
Aquella tarde fuimos al cine. En una muestra de obstinación absurda me propuse que sería el mejor de los amigos, que nada de malo tenía querer conservar este vínculo, y que si amistad era el término que lo definía, podía funcionar. La pasamos muy bien y nos divertimos mucho, quizá por la tensión de la seriedad acumulada que se liberaba, o porque empezaba a tomar forma el delirio de que todo esto era de lo más inocente.
Probablemente esto hubiese podido continuar indefinidamente, yo no tenía nada que perder, y para Lucrecia era algo muy conveniente. La energía potencial que se acumulaba cada vez que subíamos la apuesta no tardaría en liberarse.
Eso pasó un día que Lucrecia me dijo que había tenido un sueño que tenía que contarme.