Ofrenda marina

“Y el mar murmura en su lenguaje…

Era un destino de playa simpático y tranquilo, un pueblo pequeño rodeado de varias bahías, cada una con su historia y su encanto particular.

Le escribí a Lucrecia contándole que había llegado con bien. Quizás no había nada más que contar, pero resultaba difícil ignorar su voz a la distancia pidiéndome que escribiera, aunque no hubiese mencionado nada sobre escribir de vuelta.

Desperté a la mañana siguiente con un mensaje de Lucrecia en el que escribía que le daba mucho gusto que pudiese tener ese espacio y que esperaba pronto noticias mías.

Decidí acudir a una de las bahías más retiradas. Había que bajar por una estrecha y prolongada escalinata que al llegar escondía una pequeña playa de arena blanca y agua cristalina. Esta sería la primera postal de aquel viaje.

Contemplé la belleza de este paisaje natural y me sentí agradecido por la oportunidad que tenía de tener este rincón para mí, porque en ese momento no había nadie más.

Busqué un rincón en la playa en el que no llegaran las olas con tanta frecuencia, pero que estuviese al alcance del mar; tomé una piedra y escribí el nombre de Lucrecia sobre la arena. Aquello sería una ofrenda compartida entre las deidades de este pequeño paraíso y una persona en la lejanía.

Se sabe que las deidades han sido ventajosas en ocasiones, requiriendo tributos solo por capricho o para probar nuestra devoción. Lo mismo pasa con las personas.

Esa noche mi ofrenda llegaría también a un buzón de correo electrónico. Solo restaba esperar. Y esperar…

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