Tregua

“talk to me, show some pity”

Llegó un momento en que tuve que hacer las paces con algunas cosas para poder continuar.

La primera fue hacerme a la idea de que esta vez no lograría pasar el curso de matemáticas. Simplemente los números no daban. Haber pasado casi todo el semestre visiblemente distraído me impedía concentrarme en algo que ya de por sí me costaba trabajo.

Un viernes al fin, el maestro confirmó el hecho con un tono serio pero amable. Me comentó que si tenía alguna duda respecto a mis evaluaciones o quería hacer una aclaración podíamos hacerlo. Solo negué con la cabeza y le di las gracias.

Pensé que con esto tendría algo de paz. Si bien la culpa era mía, reconocer el fracaso en ese momento era algo difícil. El trago amargo que debía pasar se atoraba en mi garganta y amenazaba mis ojos.

Comencé a caminar sin rumbo por la escuela. En algún jardín debía estar el refugio secreto, el punto de encuentro, el espacio para la tregua que debía hacer conmigo mismo para poner en orden estos pensamientos perdidos.

Sin saberlo, la clave estaba en otra de esas ideas recurrentes.

Nos encontramos en uno de los pasillos por donde tomabas clases. Te saludé con un tono casual y seguí de frente, como si supiera bien a donde ir. Continué andando unos metros y me detuve. ¿A quien quería engañar? Esa no era la dirección que quería seguir. Di la vuelta con resolución y regresé sobre mis pasos.
Nos volvimos a encontrar, desde luego, pero al cruzarnos solo pude sonreir nerviosamente y seguirme de largo. Unos pasos más adelante, o atrás, la brújula cambiaba de dirección nuevamente.

Hice esto un par de veces más, hasta que en una de esas me detuviste, visiblemente molesta.

-¿Me estás siguiendo? ¿Qué quieres?

Tu reacción hostil me tomó por sorpresa. ¿Qué quería? No lo sabía, obviamente. Un alma en más pena y con tanto que decir no podía haber en esos pasillos.

-Reprobé matemáticas -dije en voz baja.

Esto también te sorprendió, en parte porque supongo que no pensaste que fuese tan mal en la escuela, y en otra porque evidentemente había algo más detrás de esa forma tan inusual de compartir una mala noticia.

Me acompañaste a platicar un rato y me sentí mejor. Descubrí donde estaba el refugio secreto e hice por fin las paces con un pensamiento importante: reconocer que me gustabas.

Por supuesto que ese día no te lo dije. Una cosa es tener una tregua y otra declarar la paz. U otras cosas.

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