Regreso a la casilla de salida
“Caminando por ahí fui recordando todo lo que perdí”
No tenía mucho que hacer aparte del trabajo. Buscaba puntos de referencia en el mapa y salía a buscarlos caminando. Las distancias eran considerablemente largas; los espacios acá están diseñados para moverte en carro, pero tampoco hacía falta cuando se tenía tiempo de sobra.
Algunos lugares estaban, otros ya no, y unos cuantos sin referencia aparecían en el camino. Encontré un supermercado llamado “El Rancho” que vendía cosas de México, un remolque de burritos y como tres McDonald’s. Vi a lo lejos una Iglesia de los Santos de los Últimos Días, y recordé la cédula de miembro que me había dado mi papá al despedirnos.
—Si necesitas algo, puedes acudir a cualquier iglesia y te apoyarán —me dijo.
Pero no me acerqué. Lo que yo buscaba no estaba ahí, no en la forma que yo quería o necesitaba. Por último encontré una pequeña estación de autobuses. Leí los destinos disponibles de la línea que pasaba por ahí, sólo por curiosidad.
“San Antonio, Laredo, Nuevo Laredo, Monterrey, San Luis Potosí, Querétaro…”
Sonreí de inmediato al pensar lo ridículamente cercano que parecía estar mi casa. O bueno, donde solía vivir.
Por aquellos días recibí un correo de un conocido al que le habían pasado mis datos. Estaba buscando alguien con mis conocimientos para uno de sus proyectos. Le contesté comentándole que por el momento no estaba disponible, pero le agradecía haberme contactado. Me respondió diciendo que le interesaba mucho mi perfil y que lo buscara si cambiaba de opinión.
En el trabajo las cosas seguían igual. No conseguía integrarme con el equipo ni me habían asignado algo relevante. Hasta me sentía algo culpable por recibir un sueldo. Comenté la situación con alguien de recursos humanos, porque mi jefe estaba muy ocupado. Su respuesta fue que tuviera paciencia y que no me preocupara.
Seguí caminando y pensando, dándole vueltas al vecindario y a ideas ridículas. Una tarde pasé a “El Rancho” y compré unos mazapanes. Después me dirigí a la central de autobuses, solo por curiosidad.
“Querétaro, $95”
Una de esas ideas ridículas sobresalía como anuncio luminoso.
Regresé y platiqué con uno de mis compañeros. No trató de convencerme ni nada, tenía sus propios problemas. Al día siguiente me acompañó a la estación de autobús. Esta vez yo llevaba mi maleta. Le entregué la credencial de acceso a la compañía por si le preguntaban algo y nos despedimos. Tendría unas veinticinco horas para pensar en lo absurdo que resultaba haber tenido que dar una vuelta tan grande y haber salido del país para tratar de poner en orden mi vida. Y no es que ahora estuviese ordenada, solo que no necesitaba estar lejos de mi familia y amistades para hacerlo.
Margen de error, tiempo, libertad de responsabilidades, suerte y noventa y cinco dólares eran cosas que sí tenía para poder comprar la carta de regreso a la casilla de salida para comenzar de nuevo.
No todas las personas los tienen.
(Ni lo necesitan para ordenar su vida)