Cosas por contar

“¿que te trae por aquí?”

Y así, un día de la nada te apareciste. Me preguntaste que si podíamos platicar. Dije que sí en un tono casual.

Por supuesto que entre tu y yo ya no había lugar para lo casual. Habíamos cruzado una línea de la que no podíamos regresar, la cuestión era cómo habríamos de continuar ahora que el mundo seguía girando, estuviéramos juntos en él o no.

Comenzaste diciendo que tu argumento inicial era sincero y vigente, solo que la angustia de perder “nuestra amistad” se hizo nada comparada con la angustia de perdernos por completo, sabiendo lo caótico que podía resultar mi ubicación en el espacio y en el tiempo.

Fui cuidadoso con aquello de encontrarnos “por casualidad” debido a lo serio de tus últimas palabras. Si algo te había molestado, no quería que pasara de nuevo.

Intentaste hablar a mi casa y, por supuesto, no me encontraste. El principio de incertidumbre se manifestaba de nuevo. Entonces decidiste buscarme en la escuela.

Me mostraste una carta y me preguntaste si quería leerla. Noté que eran varias hojas y lo comenté en tono de broma. Desde luego que te pusiste muy seria y la guardaste. No tenía idea de que los sentimientos estaban tan expuestos por lo que no había lugar para bromas.

Afortunadamente, y luego de media hora de disculpas, me dejaste leerla; después de todo no tenía ya ningún sentido guardar aquellas cosas que no por no manifestarse eran menos verdaderas.

Fue entonces que decidimos que a esta historia todavía le quedaba mucho por contar. Cualquier otra cosa se reducía a una sola pregunta…


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