Del Fin del Mundo y los Inmortales

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En fechas como estas en las que de cuando en cuando se pone de moda la idea del fin del mundo siempre termino pensando que es la actitud egocéntrica del ser humano la que inconscientemente lo coloca en el papel protagónico siempre que es posible. Es así como llegan momentos en los que ahora, no antes ni después, seremos nosotros los afortunados que presenciarán el fin de los tiempos.

Por supuesto que ha habido momentos a lo largo de la historia y en todas las civilizaciones en las que se cree que la sociedad está en decadencia y que las cosas no pueden ponerse peor, ¿y cual es la solución mas fácil? Destruir todo y comenzar de nuevo. Fácil y conveniente. Siempre es mas fácil comenzar todo de nuevo que arreglar lo que se tiene. De lo que esos pobres humanos no se dan cuenta es de que éste es el único mundo que tienen, por ahora, y deben arreglar éste antes de ir a arruinar otros.

Lo cierto es que el mundo lleva acabándose miles de años y nada mas no pasa nada… ¿o si?

En realidad el mundo se acaba todo el tiempo. Y no solo eso, innumerables mundos se terminan a cada momento. Un anciano muere, un matrimonio se separa, una cosecha se pierde, una mentira se descubre, una enfermedad se diagnostica. Pero así como tantos mundos se terminan, otros tantos comienzan en otro lugar, o quizá ahí mismo. Un niño nace, una pareja se casa, una semilla se siembra, una verdad se declara, una enfermedad se cura.

Es así como mundos nacen y mundos mueren a cada momento, porque los mundos inmortales carecerían de todo sentido, pues es la muerte la que le da sentido a la vida.

A este respecto, Jorge Luis Borges escribió una historia, El Inmortal, donde nos habla de como sería para un ser humano la experiencia de no morir y sus pormenores. En un gran ejercicio de imaginación nos cuenta el encuentro del protagonista con seres humanos que han bebido el agua de un río que “los ha curado de la muerte”.
Tras una trágica  expedición que le costó las vidas de todos sus hombres y que casi le cuesta la suya, Marco Flaminio Rufo, legionario romano, nos narra el descubrimiento de una extraña ciudad y sus habitantes.
Al ir recorriendo uno de los palacios nos narra lo siguiente:

– Este palacio es fábrica de los dioses- dijo al contemplar la extraña arquitectura.
– Los dioses que lo edificaron han muerto- dijo al contemplar la increíble antigüedad de la construcción.
– Los dioses que lo edificaron estaban locos- dijo al contemplar las inconsistencias en las estructuras, como escaleras sin terminar o puertas hacia la nada.

Dijo esto con mas horror intelectual que miedo sensible.

De sus extraños habitantes nos cuenta que no inspiraban temor, sino repulsión. Para ellos el cuerpo era como un sumiso animal doméstico al que le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de sueño, de un poco de agua y una piltrafa de carne. Para estas personas la vida carecía completamente de sentido. Sin tiempo cualquier empresa es vana, por lo que han determinado vivir en el pensamiento, con lo que sus recuerdos puedan permitirles, porque un mundo sin tiempo es un mundo sin memoria y sin algún buen parámetro de referencia.

Asegura entonces que la muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres, pero resueltos. Cada acto que ejecutan puede ser el último. Todo entre los mortales tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los inmortales en cambio, cada acto y cada pensamiento es el eco de otros que en el pasado les antecedieron, sin principio visible o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez y nada es preciosamente precario…

Y por estos hechos, por la caducidad de nuestros mundos y nuestras vidas, debemos estar agradecidos.

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2 Responses

  1. Chava says:

    Y ese pensar que la vida es un destino y que hay que correr o el tiempo nos alcanzara y nos impedira llegar, olvidando que la vida es un viaje y como tal hay que disfrutarlo.

    • Carlos Alfonso says:

      Totalmente de acuerdo, la vida es un gran viaje (y un malviaje tambien), y como todos los viajes debe disfrutarse. Nada se gana con vivir de prisa, mas que llegar mas pronto a nuestro destino…

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