Segundas impresiones
“Vueeelve, vuelveee”
La lista de canciones de este álbum se extiende como una barda con graffiti en la calle de mis vacaciones de segundo año de secundaria. Caminatas de ida y vuelta por el rumbo que compartimos mi hermana, mi prima y yo mientras encontrábamos qué hacer con tanto tiempo en nuestras manos. Lecturas ligeras, cuestionarios de revistas y momentos interminables de contemplación adolescente, sólo o en compañía, me vienen a la mente con esta música de fondo. Este fue uno de los primeros álbumes en influenciar mi personalidad y causar una impresión duradera en lo que sea que pudiera pensar un muchacho de 13 años.
Gran parte de nuestras ideas, pláticas y momentos se pueden definir con cada canción conforme transcurren: Tratar de entender el concepto de querer a alguien más allá de la atracción física, mientras mi hermana y mi prima platicaban sobre relaciones inventadas que nunca llegaban a nada y que terminaban dramáticamente (estoy aquí, queriéndote, ahogándome entre cosas y recuerdos que no puedo comprender); hablar de muchachas que consideraba bonitas intentando imprimirles alguna ensoñación romántica, quizá un poco forzada, pero que sería bonito compartir tarde o temprano (lo que es amar); regresar por un instante a los breves momentos de fama del reggae-pop que nos acompañaron a principios de los 90 y que se sentían frescos aún de nuestras infancias que terminaban (buscando un poco de amor); divertirnos memorizando los diferentes trabalenguas de las fórmulas sociales que se dicen cuando por fin encuentras a la persona que amas (quiero excederme, perseguirte, pretenderte, quiero amarte noche y día, quiero gastarme la vida); y echar un vistazo a lo que pasa después, cuando esa persona nos abandona (te necesito mi amor, donde quiera que tu estés, me hace falta tu calor), y gritar el reclamo infantil por querer que vuelva (ya no sé como decirte que te extraño); entender que en esto del amor la paciencia es relevante, aunque no siempre rinde sus frutos (te espero sentada en la esquina de siempre… y no has aparecido, me falló mi instinto), pensar un poco más allá del plano individual y tratar de entender lo que significa crecer y ser una persona adulta (saludar al vecino, acostarse a una hora, trabajar cada día para vivir en la vida); saltarnos la canción de “pienso en ti” porque estaba muy de flojera y era más divertido regresar a los trabalenguas y a preguntarnos cuándo y dónde encontraríamos por fin al amor (te busqué en el armario, en el abecedario, debajo del carro, en el negro en el blanco); y por último, vislumbrar la frontera de esa área oscura donde conviven el sexo y sus consecuencias de las que nadie te ha dicho nada todavía (con el fuego por dentro y las hormonas presentes, por la fe del magneto se acercaron los cuerpos).
La barda gris comienza y termina en el patio de la casa de mi tía Mary, donde aún puedo ver, y escuchar, nuestras impresiones de aquellos días.
æ Por si el repaso de todas estas canciones al pie de la letra no fuera suficiente para asegurar la rareza de la estampa, con los años me fui a tropezar con la canción “One vision” de Queen. Las notas de la guitarra en las estrofas son indudablemente similares, por lo que no puedo evitar escuchar una sin pensar en la otra.