Γνῶθι σεαυτόν
Han pasado casi dos años. Conservo bastante claro el recuerdo de aquella noche. Habían transcurrido un par de semanas desde tu cumpleaños. Veinticinco años. Era momento de hacerlo.
No puedes negar que el resultado ha sido bueno. Mira hacía atrás un momento y piensa en las cosas que han cambiado. Te di un gran regalo de cumpleaños.
Era sábado y llegaron tus amigos. Tus mejores amigos. Todo pintaba para ser una noche como muchas otras. Ellos ya venían de otra fiesta y para seguir abriste una botella de vodka y la vaciaron. No bastó. Decidieron salir al antro. Les dieron una mesa, ordenaron más bebidas. Nada fuera de lo común sucedía hasta entonces.
Sé que no entiendes porque lo hice. Tal vez pienses que no estabas listo, que no era mi decisión, que yo no debía hablar. No lo tenía planeado, pero tuve mi oportunidad y la aproveché. Reuní a tus amigos y se los dije. Ya no había marcha atrás. Todo el alcohol que seguiste tomando no te sirvió de nada.
No era tan difícil, pero tenías tantas explicaciones, tantos pretextos. Te estuve esperando mucho tiempo y no te atrevías a escucharme. Me cansó que te negaras a aceptar lo que yo siento. No tenía otra opción. La única forma de que lo enfrentaras era que se lo dijera a otras personas. Sé que te ocasioné momentos de incertidumbre, de descontrol, aún así no me arrepiento de lo que hice.
Sobre tus amigos, vaya que los has escogido bien, han sido un gran apoyo. Te reconozco además el valor que has tenido de hablar con otras personas. También te has dado oportunidad de experimentar cosas nuevas, a veces difíciles de entender, pero que has disfrutado y de las que has aprendido.
Aunque había un pendiente, y esta vez te tocaba a ti hacerte cargo. Sabes de quien te estoy hablando. Han pasado ya varios años desde que dejaron de verse. Sin embargo tú no dejaste de pensar en él. Tenías que hacer algo y no te atrevías. Entonces hicimos un trato. Yo te hablaría de mí, te explicaría lo que siento por él y tú se lo compartirías. Sin evasivas, sin anteponer peros, sin buscar disculpas.
Cuando supiste que lo verías te pusiste muy nervioso. Solamente tenías una oportunidad y yo ya había cumplido mi parte del acuerdo. Era tu turno y no podías quedarme mal. Te ibas a dormir y pensabas en las palabras que ibas a usar, las seleccionabas una a una. Después estuviste practicando frente al espejo. Y de pronto estabas allí, en el restaurante, esperando la cena.
Un espacio lleno de recuerdos, cuando él vivía aquí iban a cenar a ese mismo lugar. Entonces dejaste ir muchas oportunidades y perdiste mucho tiempo. No me escuchaste entonces. Esta vez no sería así.
Estabas nervioso, pero estabas listo. Dos palabras muy simples: me gustas. Hablaste con sinceridad y él te correspondió. Se extinguió el que hubiera pasado. Ahora ambos sabemos lo que pasó. Te lo agradezco.
Esa noche, saliendo del restaurante, tenías la mente tan clara, estabas tan tranquilo. Y yo me sentía libre, en paz. Teníamos que hablar. Fuimos a un bar, había un lugar libre en la barra y te sentaste. Ordenaste una cerveza. Después de un rato se acercó el cantinero y te preguntó si esperabas a alguien. Sonreíste y le pediste otro trago.
Es el escalón indispensable para saber quienes somos en realidad, enfrentar la lucha interna que inevitablemente vivimos, aceptarla, atreverse.
“We must build dikes of courage to hold back the flood of fear.”
Martin Luther King, Jr.
A veces la ayuda que necesitamos viene de quien menos la esperamos…
Tengo que confesar que esta historia me gusta por las múltiples interpretaciones que se le pueden dar.
Nada tan excepcional como ser sinceros con uno mismo, nada tan autentico como escucharnos y saber quienes somos y que queremos… aunque a otras personas no les haga sentido… aunque los demás no lo entiendan… aunque las mascaras no concuerden… aunque para el mundo seamos incongruentes. Te quiero.