Lo que se carga y lo que se pierde
Me encontraba en el supermercado cuando una señora pasó preguntando por las salidas de la tienda. Le comentó a uno de los empleados que no encontraba a su hijo pequeño. Al poco tiempo llegó un hombre mayor al que la mujer pregunta:
– ¿Dónde está el niño?
– No sé, pensé que tú lo traías.
Se fueron corriendo en direcciones distintas a buscar al niño. Unos minutos después, regresa el hombre con el niño en brazos. Se encuentra de nuevo con la mujer, le arrebata al niño y exclama:
– ¡Lo dejé contigo, te lo encargué!
– Pensé que tú te lo llevarías.
En el ajetreo de las compras habían dejado al niño solo. La angustia y la tensión del momento se reflejaban en el semblante preocupado del señor. La mujer continuó molesta con su exclamación:
– ¡Es mi responsabilidad, debí haberlo llevado conmigo!
– Lo siento hija, yo…-
– No papá, no te lo vuelvo a dejar.
Pensé en todos los ratos que viví con mis abuelos. Las alegrías, los paseos, los juegos, las comidas y los dulces que sólo comíamos cuando ellos nos visitaban. Una parte importante de la vida de ese niño se quedaría para siempre en los pasillos de aquella tienda.
Los vi alejarse al pasar la caja y salir de la tienda, preguntándome quién de los dos llevaría más cosas cargando.