Punto de inflexión

“…me sentaré en mi lado del sofá, para esperarte una vez más”

Con la decisión ya tomada y las maletas listas, solo quedaba una cosa por hacer: despedirse.

¿De quienes y por cuanto tiempo? Era una buena pregunta.

De quien tuve que despedirme primero fue de mí, tratando de convencerme de que sería algo temporal y que pronto volvería para continuar donde nos habíamos quedado. Gran parte de mí y de lo que era se quedaba en esta ciudad, cuidando mis recuerdos y las semillas de lo que no pude cultivar. “Sólo será un invierno”, me dije.

Hubo de quienes me despedí con una sonrisa de ida y vuelta, pues no sería ni la primera ni la última. Me acompañaban ahora y me acompañarían al regreso, como otras veces, como si nunca nos hubiésemos ido.

Hubo de quienes me despedí con serenidad, sabiendo que nuestro ciclo terminaba y que probablemente no volveríamos a vernos, agradeciendo los buenos momentos y deseando la mejor de las suertes.

Hubo de quienes no me despedí, con la idea ingenua de que todo seguiría igual, pensando que el cambio era poca cosa y que seguiríamos siendo las mismas personas. Quien se va nunca volverá, pues aunque regrese no será la misma persona que se fue.

Hubo alguien de quien no me despedí, pero que debí hacerlo, cuando menos por así habérmelo pedido, por los buenos tiempos, por no romperle una vez más el corazón, aunque en la misma despedida estuviese en juego el último sentimiento puro e intacto de aquello que fuimos.

Así, con estas despedidas y no despedidas, partí por fin, revelándose la suma de todas las cosas que eran parte de mí, dejando un enorme vacío donde se supone que yo debía estar; aunque no supe si era mayor el vacío que sentía en mí que el que pude haber dejado en cualquier otro lado.


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