Un día frío de primavera

“I fell through the ice… it’s been a year and a night”

Definitivamente no lo vi venir.

Llevaba tiempo tratando de hacer algo con mi vida y se podría decir que ahí la llevaba. Debía continuar con los huecos que iban quedando, aunque no estaba listo para encontrarme con el abismo dentro de mí. No todavía.

Mi amigo Efrén estaba organizando una salida al gotcha, por lo que me preguntó si conocía a alguien que quisiera ir. La única de mis amistades que se me ocurrió que podría estar interesada fue Kena, a quien pensé que podía conocer por haber estudiado en la misma escuela. Efrén me dijo que no la recordaba, por lo que pensé que quizás con una foto le resultaría conocida. Pensé que buscarla en mis contactos del correo electrónico sería lo más fácil. Maldito fue el orden alfabético en que se presentaron, pues había diez letras antes que la “K”, una de ellas congelada, y en ella, el abismo.

Aquella imagen me llegó como un relámpago helado. Ahí estaba, tan bonita como siempre, con él. Un instante de lo más casual fue suficiente para colapsar aquel castillo de naipes que era mi vida en reconstrucción.

Todo lo que pasó después careció completamente de sentido e interés. A Efrén le dije que después le mostraría una foto de Kena y el resto pasó a segundo plano; plática, comida y trabajo fueron solo sonidos sordos de cualquier cosa que ocurre después de que te revientan los tímpanos.

Toda resolución y buen ánimo de los que me había podido hacer durante los últimos meses se esfumaron en un instante. Y aún faltaba el camino a casa, que aquella tarde se sintió como la marcha más sin sentido de un soldado que regresa del frente sin haber logrado lo que se buscaba. Quizás las respuestas estaban en casa.

Al llegar, Fausto estaba en su cuarto como de costumbre, leyendo en la penumbra con una luz que apenas iluminaba la habitación de un departamento a oscuras, como un presagio de lo que encontraría y lo que no.

Había pasado instantes eternos al borde durante aquella tarde, y Fausto era la única persona con la que podía platicar de lo sucedido, en ambos frentes, y quizás poner algo de orden en todo esto; porque aquel día decidí recordar que había jugado para ambos equipos, así que algo debía saber, pero por negligencia de mi parte me había reusado a hablar del tema con él.

Me costó trabajo encontrar la frase con la que tratar un asunto tan delicado; lo mejor que se me ocurrió fue:

– He visto su foto de contacto.

A lo que Fausto contestó:

– Entonces ya sabes.

Y eso fue todo. Sentir que durante este tiempo yo había sido el único en no ver y no saber nada de lo que pasaba me hizo sentir una inmensa soledad.

Pasé el resto de aquella tarde en mi cuarto tratando de encontrar algo que hacer, sin mucho éxito, con esto, conmigo y con mi vida; mientras me perdía en el más profundo y frío de mis abismos.

En plena primavera.


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