Exilio
“will you remember this night? twenty years now lost… it’s not right”
Mi relación con Gabriela, la esposa de mi papá nunca fue buena. Desde que nos conocimos y que mi papá decidiera hacer su vida con ella, hasta vivir en la misma casa; todo ese tiempo estuvo marcado por diferencias y discordia en general. Muchas teorías y versiones podrían explicar lo que ocurrió esa noche, pero ninguna importa ya porque el resultado seguirá siendo el mismo: el punto de quiebre.
El conflicto constante entre dos personalidades muy fuertes y diferentes comenzaba a rayar en lo absurdo. Su afán incansable de querer tener el control absoluto y mis conflictos con la autoridad nos llevaron en una espiral descendente que deterioró considerablemente el ambiente en la casa. Discutíamos por cualquier cosa e insistía cada quién en tener la razón. La figura casi imperceptible de mi papá no propiciaba la cada vez más necesaria tregua entre ambas partes. Me daba la impresión de que esto ya era un juego de esperar a ver quien perdía primero.
Esa noche llegué a casa de la escuela y me metí a mi cuarto. Ciertamente dejé mi bicicleta un poco fuera de lugar, lo que en un departamento pequeño se hacía más evidente. Al poco tiempo llegó Gabriela, pasó por donde estaba la bicicleta y ésta se cayó por accidente. Más fuerte fue el golpe que escuché después: los vidrios de la puerta de mi cuarto estaban rotos por una acción claramente intencional. Con calma, procedí a cerrar la puerta y permanecí en mi cuarto. Gabriela me comentó, con la voz todavía un poco agitada, que si podíamos hablar, a lo que contesté que como estaban las cosas prefería no hacerlo.
Salió de la casa unos minutos después; supongo que el daño ya estaba hecho. Aún sin ella, el ambiente se sentía muy tenso, por lo que yo me salí también. Hablé por teléfono con mi papá y le conté, desde luego, mi versión de los hechos.
Regresé a casa un par de horas después, procurando evitar cualquier encuentro incómodo, al menos por esa noche.
A la mañana siguiente, Gabriela y mi papá me esperaban en la mesa del comedor; no hubo mucho que decir: Gabriela me dijo que tenía que irme de la casa. Yo acepté con seriedad. Mi papá no dijo nada.
Las únicas personas cercanas a las que podía acudir eran mi tío y mis abuelos. Hablé por teléfono con mi tío y me comentó con calma que fuera a su casa antes de hacer alguna tontería. Al llegar la noche saqué mis cosas con ayuda de mis amigos. Mi papá observaba triste desde afuera. Al terminar le pregunté que si no tenía algo que decir. Me dijo que no quería que me fuera; que pena que no lo haya demostrado.
Aunque infinitamente agradecido con mi tío y mis abuelos por haberme recibido en su casa en un momento tan difícil, mi vida no volvería a ser la misma; algunas cosas dentro de mí se rompían y brotes de amargura comenzaban a sentirse en mi corazón. Mi fe, mi amor por mi padre, mi esperanza en el futuro, se hallaban entre las cosas importantes que se rompieron ese momento. Pero no mi voluntad. A partir de entonces me empeñé en demostrar con determinación que saldría adelante a pesar de las adversidades. Y lo hice.
Perdí cosas importantes, pero ese día tu perdiste la razón, Gabriela.