Fin prematuro de una pasión futbolera

“Una y otra vez, pasión en los espejos de un café”

1994, México, niño, 10 años. Factores demográficos que intentan explicar racionalmente lo que sentía en aquella época por el futbol.
Transmitían en la televisión la caricatura de los Súper Campeones, el equipo de mi afición, los Rayos del Necaxa, pasaba por lo que sería su mejor momento en la historia; y la selección mexicana de futbol celebraba una participación más en el torneo más importante del mundo. Comenzaba a florecer en mí una pasión de lo más normal.
Esta canción sonaba en la televisión en los cortes de transmisión de los partidos del mundial de Estados Unidos 1994.

Y pasó lo que tenía que pasar como rito de iniciación en la pasión por el futbol mexicano: la selección mexicana perdió, en penales y de manera dramática, su partido de octavos de final. Uno de mis grandes ídolos, García Azpe, volaba con furia su tiro penal. Mi corazón de niño se fragmentaba con cada tiro fallado y las lagrimas se resbalaban por mi rostro al determinarse el resultado del encuentro: México estaba eliminado de la copa del mundo.

Sin saber bien qué hacer, corrí a darle la noticia a mi mamá, quien me abrazó y me explicó pacientemente la situación. Estaba por aprender una lección de vida importante: A todo hay que darle su justa medida, los resultados de un encuentro deportivo no son más que eso. Disfruta cada momento, cada hazaña deportiva, sin dejarte llevar por el fanatismo. Que tu corazón viva o muera por un equipo de futbol no vale la pena.

A partir de entonces disfruto los encuentros deportivos, aprecio las jugadas grandes y reconozco los momentos históricos del deporte. La pasión la reservo para las cosas importantes.

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