Pasos equivocados

“Quizás otra vez te echaré la culpa a ti”

Es la historia de Pinocho que se repite en cada una de nuestras versiones; en la mía, son los compañeros con los que empiezo a relacionarme los que me llevan a hacer cosas que hasta entonces no hacía. Y no porque estas cosas sean malas en sí, es quizá por lo que se deja de hacer que el efecto termina siendo negativo.

Jaime fue quien me comenzó a hablar. Era de los mayores del salón. Se formó entonces un grupo de varios chavos con intereses afines. Fumar, escuchar música y saltarse las clases eran actividades que ahora comenzaban a formar parte de nuestra rutina. La escuela pasaba a un segundo plano, era sólo un punto de reunión para después hacer cosas más interesantes.

Comenzamos a pasar tiempo fuera de la escuela. A unas cuantas cuadras había un billar, donde pasábamos el mayor tiempo que nuestros pocos fondos nos podían permitir. Empecé a regresar caminando a casa con otro compañero por haber gastado nuestro dinero del camión, lo que parecía razonable a cambio de poder mantener nuestro nuevo pasatiempo.

En alguna ocasión mi mamá me cuestionó muy seriamente al respecto, después de haber encontrado rastros de tiza en una de mis playeras. La razón por la que le causaba preocupación era porque no sabía en qué lugares de mala reputación podía estar metido.

Reitero que no es que el billar en sí sea malo. Son las cosas que dejábamos de hacer, como asistir a clases, o las compañías de las que me rodeaba, y no estoy hablando de malvivientes dentro del billar, hablo de mis propios compañeros.

Me desconcertaba que por más que pasábamos tiempo juntos y compartíamos experiencias realmente nadie se interesaba por nadie. Quizá éramos sólo eso: compañeros de pinta. Nadie de ellos podía ser alguien en quien confiar; el simple hecho de tener que mantener siempre una fachada de chavo rudo para poder ser parte del grupo hacía las cosas muy difíciles. Algo no estaba bien.

Mi paso con el grupo sólo duró algunos meses. Necesitaba algo más relevante, y nunca pude tener un vínculo real con ellos, por lo que terminé alejándome.

De todo eso, lo único que quedó en mí fue la afición al billar, pasatiempo que aún disfruto de cuando en cuando; y la excelente música que ponía el encargado del billar, quien acostumbraba poner a los Héroes del Silencio para abrir el local.

Algún día habría de escribir algo pensando en la carta de esta canción. Sé que siempre he sido así, y que no tengo remedio.

æ Momentos amargos que se convierten en una historia con un sentimiento y un final infeliz…odio

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