La Última Ofrenda
Un día la descubrí descendiendo desde la nada. Caminaba con paso tranquilo entre nosotros. Nadie la miraba. Al parecer sólo yo me había percatado de su presencia. Me cautivó.
Era un poco tétrico estar observando algo que parece ser de otro mundo. ¿Estaría yo loco? ¿Porque era yo la única persona que se percataba de su presencia? No lo sé, pero la atracción fue tal, que muy a mi pesar se fue haciendo espacio entre todas mis actividades diarias.
De pronto, aparecía, y tenía que dejar de hacer lo que sea que estuviese haciendo, dirigir los ojos hacia la nada y escuchar el paso de su caminar suave e hipnótico. Me era imposible volver la cabeza para verla pasar detrás de mi. Sólo podía sentir sus pasos a unos cuantos centímetros y escuchar los latidos de mi corazón, no sabía si eran por el miedo o por otra razón.
Era un poco tétrico estar observando algo que parece ser de otro mundo. ¿Estaría yo loco? ¿Porque era yo la única persona que se percataba de su presencia? No lo sé, pero la atracción fue tal, que muy a mi pesar se fue haciendo espacio entre todas mis actividades diarias.
De pronto, aparecía, y tenía que dejar de hacer lo que sea que estuviese haciendo, dirigir los ojos hacia la nada y escuchar el paso de su caminar suave e hipnótico. Me era imposible volver la cabeza para verla pasar detrás de mi. Sólo podía sentir sus pasos a unos cuantos centímetros y escuchar los latidos de mi corazón, no sabía si eran por el miedo o por otra razón.
Un buen día decidí actuar. Había algo en ella que merecía darle la oportunidad de contarme su historia. Así que un buen día, como había sucedido antes, cuando sus pasos me indicaban que estaba justo detrás de mi, contuve la respiración, aguardé pacientemente y me volteé. Entonces pude mirarla deslizarse por el aire y aspirar el aroma dejado por ella en su trayecto.
Se sentó entre la gente como si nada. Yo tuve que hacerme de un lugar que estuviera cerca de ella. La gente no la veía ni le pedía justificaciones de nada y mucho menos hablaba con ella. Yo en cambio tuve que convivir con la gente, pues irónicamente mi súbita aparición debía tener una explicación. A mi alrededor sólo me parecía ver bocas que se abrían y cerraban sin sentido aparente. Bla bla bla… Y mientras tanto ella sólo contemplaba un paisaje invisible que por mas que intenté nunca pude ver.
Se sentó entre la gente como si nada. Yo tuve que hacerme de un lugar que estuviera cerca de ella. La gente no la veía ni le pedía justificaciones de nada y mucho menos hablaba con ella. Yo en cambio tuve que convivir con la gente, pues irónicamente mi súbita aparición debía tener una explicación. A mi alrededor sólo me parecía ver bocas que se abrían y cerraban sin sentido aparente. Bla bla bla… Y mientras tanto ella sólo contemplaba un paisaje invisible que por mas que intenté nunca pude ver.
Con el pasar de los días ella empezó a contar sus historias. Las echaba al aire como si realmente yo no estuviera ahí, con tono mas retórico que de diálogo. Debía poner mucha atención, pues la posibilidad de hacer preguntas era inexistente. Las veces que lo intenté provocaron una pausa ligera, un movimiento de sus ojos de lado a lado, como tratando de identificar la fuente de un sonido extraño y la continuación de su historia entre 2 desconciertos, el suyo y el mío.
A pesar de todas estas cosas, algo tenía que podía estar con ella por horas. Incluso había ocasiones en las que el proceso de contar historias se invertía. Ella se quedaba contemplando a la nada, mientras yo contaba alguna de la misma forma que ella lo hacía. Me gustaba creer que le cautivaba mi conversación, aunque era casi un acto de fe.
También había ocasiones en las que solíamos caminar por horas. Si la gente hubiera podido vernos hubiese dicho que eramos viejos conocidos.
Fue inolvidable el momento en el que la vi sonreír al sonar una canción al aire. Al irse revelando la melodía se fue revelando también una ligera sonrisa entre sus labios. Después comenzó a moverse lentamente al ritmo de la música. Creo que fue lo mas cerca de bailar que estuvimos alguna vez.
A pesar de todas estas cosas, algo tenía que podía estar con ella por horas. Incluso había ocasiones en las que el proceso de contar historias se invertía. Ella se quedaba contemplando a la nada, mientras yo contaba alguna de la misma forma que ella lo hacía. Me gustaba creer que le cautivaba mi conversación, aunque era casi un acto de fe.
También había ocasiones en las que solíamos caminar por horas. Si la gente hubiera podido vernos hubiese dicho que eramos viejos conocidos.
Fue inolvidable el momento en el que la vi sonreír al sonar una canción al aire. Al irse revelando la melodía se fue revelando también una ligera sonrisa entre sus labios. Después comenzó a moverse lentamente al ritmo de la música. Creo que fue lo mas cerca de bailar que estuvimos alguna vez.
Sucedió que llegó el día en el que la razón me pidió una explicación de todo. La detención súbita de mis tareas, la dilatación de las pupilas, el corazón en paro absoluto sólo para sincronizar sus latidos con su caminar, y la sonrisa al aire mientras aspiraba el aroma a su paso. Había sido demasiado atrevimiento para algo que por definición ni siquiera podía probar que existía. Me molesté mucho ese día, porque la razón fue tan terminante con su petición, que amenazó con abandonarme si no lo hacía.. Así que, con el desconcierto de quien le han encargado una tarea casi imposible, me dispuse a pensar como iba a hacer para lograr mi cometido, si nunca había podido tener un verdadero diálogo con ella.
Pasaron varios días, hasta que escogí uno entre tantos. Habíamos salido a caminar un buen rato. Tuvimos nuestras “conversaciones” de siempre. Siempre quise creer que era una forma muy peculiar de conocernos y convivir. Nos sentamos un momento y quedamos en silencio. Los segundos transcurrían como gotas escurriendo a punto de caer. Un momento después se puso de pie, con una actitud de enfado de quien espera algo y no llega. Entonces, en un acto desesperado me interpuse en su camino y la miré a los ojos. Suspiró, y caminó hacia mi con paso seguro. Uno, dos, tres. Justo cuando creí que nos estrecharíamos en un abrazo, me atravesó con desenfado. No podía creerlo. Pude sentirla, tan fría y tan ligera como una cortina que se mueve con el viento de la ventana y te alcanza a rozar. Eso fue todo. Intenté seguirla, pero mi cuerpo estaba paralizado. Apenas alcancé a escuchar el sonido de sus pasos al alejarse.
Pasaron varios días, hasta que escogí uno entre tantos. Habíamos salido a caminar un buen rato. Tuvimos nuestras “conversaciones” de siempre. Siempre quise creer que era una forma muy peculiar de conocernos y convivir. Nos sentamos un momento y quedamos en silencio. Los segundos transcurrían como gotas escurriendo a punto de caer. Un momento después se puso de pie, con una actitud de enfado de quien espera algo y no llega. Entonces, en un acto desesperado me interpuse en su camino y la miré a los ojos. Suspiró, y caminó hacia mi con paso seguro. Uno, dos, tres. Justo cuando creí que nos estrecharíamos en un abrazo, me atravesó con desenfado. No podía creerlo. Pude sentirla, tan fría y tan ligera como una cortina que se mueve con el viento de la ventana y te alcanza a rozar. Eso fue todo. Intenté seguirla, pero mi cuerpo estaba paralizado. Apenas alcancé a escuchar el sonido de sus pasos al alejarse.
Cuando llegué a casa, la razón me estaba esperando en el sofá con cara de acreedora. Sólo la miré y le dije con tono de desilusión que de verdad lo había intentado. Le dije que podíamos discutirlo con unas copas mientras me dirigía hacia la alacena. Cuando regresé, sólo alcancé a escuchar el ruido de la puerta al cerrarse. Estaba sólo.
Las horas que transcurrieron después se presentan vagas en mis recuerdos. Sin razón que me aconsejara, me puse a escuchar a las otras voces en mi cabeza.
Al día siguiente, como todos los días, ella tomó su lugar de costumbre y yo también. Esta vez no hubo diálogo. Nos pusimos de pie y anduvimos un rato. Después nos detuvimos en un lugar tranquilo y solitario. Ella se sentó al borde de una jardinera dándome la espalda. Trataba de entender lo que estaba pasando, buscaba algo que ofrecerle que le pudiera interesar y hablarme de tu a tu. Algo que hiciera que sus ojos vieran los míos mientras teníamos un diálogo de verdad. Fueron momentos casi eternos en los que una angustiosa subasta sin postores llegó penosamente a su fin. Después de todo, ¿Qué podía querer un fantasma?
Me acerqué a su espalda, acaricié suavemente su cabello y aspiré su esencia por última vez.Después de la despedida mi cabeza siguió dando vueltas. Las cosas no volverían a ser igual. ¿Que iba a hacer yo la próxima vez que escuchara aquellos pasos deslizarse desde la nada? ¿Que haría si volvía a percibir de nuevo ese aroma tan peculiar? Sólo quedaba una cosa por hacer, la última ofrenda..Los fantasmas no oyen. Los fantasmas no ven. Los fantasmas no sienten. Yo no era un fantasma, pero eso tenía remedio. La única que podía haberse interpuesto era la razón, pero hacía tiempo que había salido por la puerta.
Las horas que transcurrieron después se presentan vagas en mis recuerdos. Sin razón que me aconsejara, me puse a escuchar a las otras voces en mi cabeza.
Al día siguiente, como todos los días, ella tomó su lugar de costumbre y yo también. Esta vez no hubo diálogo. Nos pusimos de pie y anduvimos un rato. Después nos detuvimos en un lugar tranquilo y solitario. Ella se sentó al borde de una jardinera dándome la espalda. Trataba de entender lo que estaba pasando, buscaba algo que ofrecerle que le pudiera interesar y hablarme de tu a tu. Algo que hiciera que sus ojos vieran los míos mientras teníamos un diálogo de verdad. Fueron momentos casi eternos en los que una angustiosa subasta sin postores llegó penosamente a su fin. Después de todo, ¿Qué podía querer un fantasma?
Me acerqué a su espalda, acaricié suavemente su cabello y aspiré su esencia por última vez.Después de la despedida mi cabeza siguió dando vueltas. Las cosas no volverían a ser igual. ¿Que iba a hacer yo la próxima vez que escuchara aquellos pasos deslizarse desde la nada? ¿Que haría si volvía a percibir de nuevo ese aroma tan peculiar? Sólo quedaba una cosa por hacer, la última ofrenda..Los fantasmas no oyen. Los fantasmas no ven. Los fantasmas no sienten. Yo no era un fantasma, pero eso tenía remedio. La única que podía haberse interpuesto era la razón, pero hacía tiempo que había salido por la puerta.
Para llamar su atención, aacrificar la razón no tiene sentido, esperar a que ésta vuelva tampoco lo tiene.
No gusta ud. usa sesión espiritista?
No, la idea nunca fué sacrificar la razón… ella se fué solita. Y sin ella, nada tiene sentido. El sacrificio fué la flor mas hermosa de mi desesperanza, y la solución a todo el problema.
Si, una sesión espiritista estaría muy bien, así podría averiguar de que tanto me perdí… y si el sacrificio valió la pena.
Saludos!